Hace alrededor de un mes junto a Juan Pablo Pilorget y Tomás Aguerre publicamos
“Bastión interior: ofertas electorales del peronismo en la provincia de Buenos Aires para el 2019”. Allí planteamos que de cara al 2019 el peso del voto del GBA (dos tercios del total) permite proyectar una victoria del “peronismo oficial o mayoritario” solo con un aumento de su caudal de votos en ese territorio, pero que eso no alcanza, que la provincia no se gobierna sólo dominando el Ejecutivo: se necesitan intendentes, diputados y senadores provinciales.
Afirmamos que la posibilidad de obtener mejores resultados no está dada únicamente por la necesidad de incrementar la cantidad de votos totales sino por redistribuirlos geográficamente mejor. Eso dependerá de presentar una oferta electoral capaz de recuperar terreno en el interior de la provincia de Buenos Aires. Para ello, el diseño de la boleta a gobernador resulta clave, sostuvimos.
Consideramos que las elecciones simultáneas entre PBA y Nación actúan como un incentivo positivo en este sentido: permiten cubrir las fortalezas del “peronismo oficial o mayoritario” (el espacio del Conurbano bonaerense, donde obtuvo sus mejores rendimientos) con la boleta de la candidatura presidencial, mientras que “alivia” la boleta al cargo de gobernador de esa tarea y permite perfilarla hacia el interior de la provincia.
Una candidata o candidato a la presidencia que le hable al Conurbano, una candidata o candidato a la gobernación que interpele centralmente al interior de la provincia. Dos cuestiones importantes nos permiten esbozar este doble planteo.
Por un lado,
en la opinión pública del Conurbano el peso de la gestión provincial es muy débil. Nada de lo que ocurre parece ser responsabilidad de la gobernación, son pocos los que miran para La Plata. El principal interpelado es el poder ejecutivo nacional y luego los gobiernos locales. La provincia brilla por su ausencia.
Desde el Centro de Estudios Metropolitanos, realizamos de manera periódica un Monitor del Clima Social. En él analizamos percepciones y experiencias vinculadas a inseguridades sociales: la cuestión laboral, económica, alimentaria, habitacional, sanitaria, entre otras. Dentro de las preguntas que realizamos hay una batería centrada en las responsabilidades: “¿Quién considera Ud. que es el principal responsable de la situación laboral?”, “¿quién considera Ud. que es el principal responsable de la situación de la salud pública?”, etcétera. Tomando los tres monitores realizados en 2017 se observa que al ser consultados sobre su situación laboral apenas el 9% de los entrevistados consideró que la responsabilidad recaía en la gobernadora. En la cuestión económica y alimentaria ese porcentaje baja al 6%. Esto puede, en principio, ser entendible porque las variables económicas son principalmente responsabilidad nacional y porque el mercado laboral es claramente metropolitano (igualmente, no deja de ser un dato importante). Lo llamativo son las otras variables monitoreadas en 2017: apenas el 8% considera responsable a la gobernación de la provincia por su situación habitacional o la calidad del transporte, el 11% por la situación de la salud pública y sólo (!!!) el 18% por la situación educativa. En la mayoría de los casos el gobierno nacional supera el 50% de responsabilidad y los gobiernos municipales rondan el 10%. La gestión provincial se pierde en el mar del Conurbano, más allá de lo institucional: allí el voto es nacional (y municipal).
En cuanto al segundo factor del doble planteo, y más allá de la cuestión ya tantas veces analizadas del factor rural (el impacto de la 125),
a la hora de pensar el voto del interior de la provincia tal vez sea hora de pensar cómo juega el tándem simbólico conurbano/interior. El “otro” conurbano en el interior. Gabriel Kessler, al referirse al conurbano, analiza dos concepciones simbólicas disímiles pero en cierta medida complementarias; una en la que se lo describe como una entidad atípica, diferente a la capital y al interior, con una clara y disímil identidad propia; otra en la que se lo define como un territorio donde se concentran variados atributos negativos o conflictivos, un territorio signado por déficits y carencias.
Cuando se habla del Conurbano se habla de algo que es diferente al interior de la provincia y que, claramente, es peor, más peligroso, más pobre (algo de esto ya habíamos escrito en la columna anterior). Adrián Gorelik, por su parte, afirma que entre CABA y GBA se ha consolidado “una muralla de prejuicios en la opinión pública que presenta al GBA como una suerte de Far West violento y peligroso”; como una amenaza que rodea a la capital, su antítesis. Este planteo, con algunas salvaguardas, bien puede ser aplicado al vínculo conurbano-interior. El Conurbano es una construcción indisociable de CABA y del interior, construida desde la diferencia y la distancia a pesar de ser parte de una misma metrópoli y de una misma provincia. Se conjugan en él alteridad, cercanía y amenaza. Aunque nos moleste esta imagen, aunque la consideremos injusta y equivocada, no podemos perder de vista qué imagen política y social se le construye a un votante del interior de la provincia cuando le ofrecemos conurbano.
El voto de la provincia de Buenos Aires está partido en dos: Conurbano e interior. Diversos análisis electorales lo han planteado y demostrado: tienen lógicas e identidades diferentes. En 2019 (como es costumbre) vamos a tener dos boletas fuertes.
La boleta presidencial (y la municipal) puede “cubrir” el voto de un conurbano donde el papel de la gobernación es difuso; mientras, la boleta a gobernador puede interpelar a un interior que el “peronismo mayoritario” necesita recuperar para poder ganar, una interpelación que no debería desatender la tensión simbólica entre el interior y el conurbano.