05.03.2025 / Opinión

El Gobierno de Milei disfruta de la violencia que genera

Su discurso, cargado de agresividad y desdén hacia ciertos sectores de la sociedad, generó un ambiente hostil que se manifiesta en peleas públicas.

por Víctor Colombano





La elección de Javier Milei como presidente de Argentina ha traído consigo una polarización extrema y una atmósfera enrarecida que se manifiesta tanto en la esfera política como en la social. En este contexto, se hace evidente que su estilo de gobierno trasciende las simples decisiones políticas y administrativas, adentrándose en un terreno en el que la violencia, en sus múltiples formas, parece ser un componente constitutivo.

Desde su llegada al poder, Milei ha demostrado una forma de expresarse que no solo divide, sino que también deslegitima a aquellos que se encuentran en desacuerdo con él. Su discurso, cargado de agresividad y desdén hacia ciertos sectores de la sociedad, ha generado un ambiente hostil que se manifiesta en peleas públicas con artistas y representantes de la diversidad.

En los últimos días vimos ataques concretos a artistas populares con muchos años de trayectoria que han forjado una sólida carrera, hasta el punto de suspender sobre la hora y sin argumentos concretos una presentación de un joven artista donde se encontraban más de 20000 jóvenes para presenciar el recital en la Ex-ESMA, hoy espacio de la memoria, constituyéndose en una censura explicita a un artista.

Más que un líder que busca la unidad o el consenso, Milei se presenta como un provocador que se regocija en el conflicto, estableciendo una narrativa en la que sus opositores son demonizados. Esta estrategia no solo socava la convivencia político institucional, sino que también provoca un miedo palpable entre aquellos que se sienten amenazados por sus políticas, que es aparentemente lo que busca: con el miedo, callar voces.

En el plano de la salud, sus decisiones han sido igualmente impactantes y potencialmente letales para millones de argentinos. La eliminación de la entrega de medicamentos oncológicos, y otras políticas que afectan a jubilados y personas vulnerables, son acciones que no solo reflejan una insensibilidad hacia las necesidades del pueblo, sino que también sugieren un desprecio por la vida misma. En este sentido, el acto de gobernar de Javier Milei se transforma en un ejercicio de poder violento, donde la desprotección de los más desfavorecidos se convierte en una herramienta de control social y miedo.

A nivel laboral, los despidos masivos en el sector público y la destrucción de fábricas y empleos son otra manifestación de esta violencia estructural. La generación de inestabilidad económica, tapada sobre una supuesta baja inflacionaria, lejos de ser un mero efecto colateral, parece ser un objetivo propio. El gobierno de Milei parece disfrutar en desmantelar lo que se ha construido en años, sembrando ruina y angustia entre trabajadores y sus familias. Esta realidad no solo se traduce en un aumento de la pobreza estructural y la incertidumbre, sino que también se inscribe en un patrón de despojo colectivo que inquiere a la identidad misma de la nación.

Desde una evaluación sociológica, podemos interpretar la violencia del gobierno de Milei como un intento de crear y ampliar una "grieta" que lo aísle de los proyectos colectivos. Este aislamiento, motivado por un evidente temor a la participación ciudadana activa y la colaboración entre sectores, revela una concepción del poder basada en la dominación, en lugar de la construcción colectiva. Milei, al renunciar a la posibilidad de un diálogo constructivo, fomenta un estado de choque en el que la política de la violencia y la división se convierte en la norma.

Psicológicamente, este enfoque puede ser visto como un reflejo de inestabilidad emocional por parte de quien nos gobierna. La incapacidad para manejar la diversidad de opiniones y la falta de tolerancia hacia las críticas ponen de manifiesto un carácter que se alimenta de la confrontación y el desprecio.

Esa violencia se refleja también en las redes sociales, donde el presidente encuentra su zona de confort, como ejemplo podemos extraer de un estudio realizado en la red social X. Desde que asumió el control Elon Musk, los mensajes de odio se incrementaron en un 50%, y esos mensajes recibieron un 70% más de likes. Mucho odio instalado para estos momentos.

En conclusión, el gobierno no solo parece disfrutar de la violencia como estrategia política, sino que también parece utilizarla como un mecanismo para consolidar su poder. La deslegitimación de los demás sectores, a los propios que no comparten algún tema específico, el ataque directo a los más vulnerables, y la destrucción sistemática de tejido social y laboral conforman un panorama complejo y alarmante. Urge que la sociedad argentina tome conciencia de estas dinámicas y busque restaurar el diálogo y la empatía, pilares fundamentales para la construcción de un país más justo y equitativo.

*Víctor Colombano
Congresal Metropolitano y Nacional Del PJ CABA
Dirigente del NEP