27.08.2015 /

Brasil en la encrucijada

Entrevista exclusiva a Amilcar Salas Oroño, doctor en Ciencias Sociales y autor del libro Ideología y Democracia.

por Santiago Costa



Por qué es importante Brasil para argentina
Brasil es para Argentina, no solo el principal socio comercial y político, sino un destino histórico en sí mismo. Si Brasil se resfría, Argentina se engripa. Se entiende esto con solo ver la relación comercial del país con el mundo: a Europa siempre se exportó alimentos y se compró manufacturas. Estados Unidos ni siquiera compra a Argentina alimentos, porque los produce: son economías que no se complementan. China hoy compra soja y vende productos industriales masivamente. Pero es a Brasil a donde van los productos industrializados argentinos, cuyo símbolo es la industria automotriz. Es el mercado brasilero, la clase media brasilera, además del propio mercado interno local, lo que tracciona la industrialización argentina.

Brasil se encuentra, desde la llegada de Lula Da Silva y el Partido de los Trabajadores al poder en 2003, con sintonía política con latinoamerica en general y Argentina en particular. Impulsa la autonomía de la región respecto de Estados Unidos y la multipolaridad mundial de la mano de las potencias emergentes de la cual forma parte, los BRICS.

Sin embargo, la crisis internacional impacta duro y una recesión, aumento del desempleo y devaluación del real aumentan los conflictos sociales. Una crisis política notoria, con escándalos de corrupción, bombardeo mediático, multitudinarias marchas opositoras en las grandes ciudades y una imagen presidencial derrumbada en 13% que ha generado una fractura en la coalición de gobierno.

Es que el PT no tiene mayoría de gobernadores ni de congresistas. ¿Cómo puede ser que, luego de 13 años en el poder, el PT cuente con 80 diputados sobre 510?
Para entender este fenómeno, Política Argentina entrevistó al politólogo especializado en Brasil Amílcar Salas Oroño (Magister en Ciencia Política por la Universidade de São Paulo; Dr. en Ciencias Sociales en la Facultad de Ciencias Sociales -UBA-; Ayudante en la materia “Política Latinoamericana” de la Carrera de Ciencia Política de la misma facultad).

Decís que Lula y el PT fueron exitosos en la construcción de alianzas, de un presidencialismo de coalición. También hablás de un fenómeno de "descaracterización ideológica" que deja al PT a merced de sus aliados. ¿Cuándo y por qué comienza eso?
Hay un cambio en la composición de la coalición gubernamental; no es lo mismo la coalición que lleva a Lula en la elección del 2002 que la que acompaña la reelección de Dilma Rousseff en el 2014, no sólo por la cantidad de partidos en un caso y otro (5 y 10, respectivamente) sino por las idiosincrasias de los mismos. En ese trayecto de tiempo, lo que hay son entradas y salidas de partidos aliados consolidando, en líneas generales, una coalición gubernamental con menores definiciones ideológicos – de allí la ideas de la “descaracterización ideológica”.

El PMDB tiene cuotas substantivas de poder en los diferentes ámbitos de la escena política brasileña: es el primer partido en número de gobernaciones (7), el que cuenta con la mayor cantidad de intendencias en todo el país (1022, distribuidas en las distintas regiones), controla varios Ministerios, preside la Cámara de Diputados y la de Senadores, y el presidente del Partido – Michel Temer – es, a su vez, el Vicepresidente de Dilma. Un factor clave en la correlación de fuerzas políticas del país.
Mientras que el Presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha impulsa el “impeachment”, el titular de la Cámara de Senadores, Renán Calheiros, también del PMDB, mantiene el apoyo al gobierno del que forma parte.

En resumen puede decirse lo siguiente: las “necesidades” del presidencialismo de coalición, la necesidad de tener que formar mayorías parlamentarias, fue llevando al PT – sobre todo después del 2005 – a tener que asociarse cada vez más con los elementos más conservadores del sistema político, lo que indudablemente tuvo consecuencias en su propia identidad.

El sistema electoral de Brasil, de lista cerrada pero no bloqueada, donde se elige a los candidatos por sobre los partidos, genera una disciplina partidaria débil. Eso sumado a un federalismo fuerte que asocia descentralización con democratización, dificulta la construcción de mayorías. ¿Casos como el Petrolao o Lava Jato demuestran que la corrupción es la forma que el sistema encuentra de construir mayorías?
No creo que la corrupción, en la forma de intercambios como los que se describen en el escándalo de Petrolao, por ejemplo, sea una invariante para siempre de la política brasileña. Es cierto que el propio sistema político muchas veces no da respuestas a los problemas coordinación federal o bien no estimula una fidelidad partidaria alta; precisamente esos son aspectos que deberían tratarse en la Reforma Política, prometida repetidas veces por Dilma Rousseff pero cuyo avance ha sido muy escaso.
La legislación brasilera establece la financiación privada de la política, por lo que no hay otro mecanismo para ello que el de las donaciones de empresas que son prestatarias del Estado. Dilma propuso la reforma política, a través de la cual se terminaría con la financiación privada de la política y se votarían partidos y no candidatos. No encontró ni dentro de los partidos aliados a su gobierno el apoyo a dicha medida.

Incluso el Proyecto de Reforma Política actual - que tiene una parcial aprobación en el Congreso- no resuelve de raíz ninguno de los problemas citados. Y podría decirse, en un sentido más cultural, que con estos escándalos de corrupción – que involucran también a miembros del Partido dos Trabalhadores – ha vuelto un descrédito medio general sobre la clase política, sobre los representantes políticos. Habrá que ver cómo ese desencanto ciudadano se va presentando, pero ese pareciera ser una de las principales consecuencias de no haber hecho una Reforma Política a tiempo.

¿Cuánto de la solución a la crisis política es una ley de medios, cuánto una reforma política y cuánto una profundización del modelo nacional-desarrollista distribuidor?
Más que hablar de una crisis – política, económica, etc- me parece mejor hablar de impasse, es decir, hoy en día en Brasil se está en un momento en el que los elementos de diversas dimensiones de la realidad brasileña están detenidos, desconcertantes, respecto de una trayectoria como la que se venía visualizando hace unos años. En esta distinción entre “crisis” e “impasse” uno podría preguntarse: cuál de los aspectos es el que está peor, si el económico, el político o el mediático. Todos estos órdenes deben ser corregidos. Pero lo que me parece más problemático es la forma en cómo se ha dejado de lado una determinada perspectiva “desarrollista” en materia económica. Brasil tiene una larga tradición de heterodoxia económica “nacional-desarrollista” o “desarrollista”, con cuadros políticos y técnicos que han asumido puestos del Estado en su momento, dando debates, generando un conocimiento económico que fue impregnando un determinado sentido histórico al proceso de desarrollo brasileño. Pues bien, la forma en la que se ha incorporado a Joaquim Levy al Ministerio de Economía, un economista que nada tiene que ver con esa rica tradición del pensamiento económico sino todo lo contrario, me parece que es más grave de lo que parece.

Con más de 350 mil despidos, una recaudación a la baja, el valor más alto del dólar desde hace 12 años, un retroceso del 35% de las inversiones extranjeras en comparación con el año pasado y un nivel de actividad en franco retroceso, en casi todos los sectores Joaquim Levy, solo atina a reducir el gasto público.

Simbólicamente, me parece grave: J. Levy fue, hasta hace menos de un año, Director de Bradesco - el mismo banco que tuvo lucros récords en el primer trimestre de este año 2015- es decir, es un hombre muy identificado con el mundo financiero, lo contrario a una noción de “desarrollo”, ni hablar de los trabajadores. Esto refuerza una idea que costó mucho desarmar y que, aparentemente, con el nombramiento de J. Levy vuelve a instalarse: que Brasil debe ser gobernado por los técnicos, los especialistas, los que se han formado fuera del país, las elites, que la mirada sobre los asuntos del país no puede ser hecha desde una heterodoxia nacional-popular sino que debe ser anclada en la una visión consagrada con criterios internacionales, donde el reconocimiento esté, fundamentalmente, en el exterior.

Lula, que parece haber perdido inmunidad frente a las críticas, se anima a pedir correcciones de rumbo al gobierno de Dilma. Pide una renovación en el PT y mayor protagonismo a la juventud, pero sería el candidato en 2018 siendo un anciano. ¿Cómo ves su rol?
El rol de Lula no puede preverse todavía; falta mucho y, por la gravedad de las circunstancias, no creo que sea conveniente detenerse en si va a ser candidato o no. Sobre Lula también ha recaído un poco el clima de desencanto y descrédito general que hay respecto de la clase política, de los representantes políticos. A diferencia de lo que había ocurrido en el 2005, hoy en día Lula no tiene esa posibilidad de colocarse por fuera del sistema político; lo que muchos analistas advierten de que en realidad se trata de avanzar sobre Dilma para impedir una candidatura de Lula, es suponer que Lula de por sí vence cualquier elección, y no creo que sea así.