08.08.2018 /

A ver si nos entienden: abortus legalis, amén

El rol fundamental de la iglesia en la persecución y dominación de las mujeres a partir de la politización y el control de la sexualidad y la reproducción.

por Estefanía Pozzo



En 1484, el papa Inocencio VIII promulgó una bula -algo así como un decreto de la iglesia católica con un sello plomado que certificaba la voluntad papal-, que pasó a la historia con el nombre de Summis desiderantes affectibus. Ese documento fue la piedra basal de la Inquisición. Allí, según cuenta Silvia Federici en su libro “El Calibán y la Bruja”, fue la primera vez que apareció la “asociación entre anticoncepción, aborto y brujería”.

El texto papal decía así: “A través de sus encantamientos, hechizos, conjuros y otras supersticiones execrables y encantos, enormidades y horrorosas ofensas, [las brujas] destruyen a los vástagos de las mujeres [...] Ellas entorpecen la procreación de los hombres y la concepción de las mujeres” (2017:292).

A partir de ese momento, sigue Federici, “los crímenes reproductivos ocuparon un lugar prominente en los juicios” llevados adelante para perseguir la brujería que, ¡oh! permitió la quema en la hoguera de miles de mujeres. La extensa investigación que hace Federici aporta información fundamental de la relación entre mujeres, cuerpo y acumulación originaria en los comienzos del capitalismo, aunque simplificando (mucho) podemos llegar una conclusión rápida: la iglesia católica tuvo un rol fundamental en la persecución y dominación de las mujeres a partir de la politización y el control de la sexualidad y la reproducción. Algo que, aunque antiguo, sigue vigente: las instituciones religiosas tuvieron, en el debate por el aborto en la Argentina, un papel central.

Con esta historia en su haber, la iglesia desplegó, después de la media sanción en Diputados, una serie de estrategias para “secularizar” su discurso, lo que significó ponerse la careta del laicismo y hablar oculta detrás de guardapolvos y jefaturas de hospitales confesionales o de trajes y corbatas que oficiaron de guardia pretoriana de la Constitución Nacional.

Esta estrategia permitió, entre otras cosas, la construcción de un escenario de polarización: en definitiva siempre se trató de dos posiciones extremas que no podían conciliar un punto intermedio debido a su fanatismo. Vamos a decirlo sencillo: no caigamos en esa trampa, amigues.

Diana Maffia, una de las feministas históricas, dijo hace unos días en Futurock algo que puede explicar por qué, luego de uno de los debates deliberativos más profundos y ejemplares de la democracia argentina, esta ley tiene un significado político especial que incomoda especialmente a la iglesia, una institución completamente manejada por varones que se abroquelan detrás de un rechazo reaccionario de la interrupción a demanda del embarazo.

“El aborto legal significa reconocernos a las mujeres la condición de sujetos morales, éticos, racionales y autónomos que deliberan y toman una decisión sin ser tutelados por las estructuras patriarcales. Se nos considera una ciudadanía plena. Somos nosotras, sin el auxilio de beneficencia de ninguna entidad, las que reclamamos de manera directa al Estado. Esto es lo que no se acepta en la ley de aborto. No se acepta que es el último eslabón para el reconocimiento de la plenitud de agente moral y de agente político de las mujeres”.

Algo parecido dijo Florencia Minici, periodista e integrante de Ni Una Menos, en el debate en Diputados: “La clandestinidad de la práctica del aborto es uno de los últimos encadenamientos jurídicos, morales y políticos que nos quedan por romper para obtener los derechos que las feminidades reclamamos históricamente. Nuestra democracia no es plural y es una democracia de machos mientras continúe siendo una democracia sin aborto legal”.

La creación de un escenario de polarización, entonces, fue una construcción instrumentada por los grupos religiosos para crear un escenario de falso debate. Pero, ¿qué pasa cuando en una cancha se juega sucio? Quizás a los machos les cae bien el bilardismo, pero esto no es una cancha ni un partido porque se trata del derecho de las personas gestantes a elegir su proyecto de vida con la garantía del acceso a la salud. Lo que hubo, claramente, fue la pateada del tablero de la deliberación democrática. ¿Cómo se polariza con el autoritarismo?

Más allá de lo que digan, lo que buscan tapar los sectores religiosos son los 354.627 abortos al año que se hacen en la Argentina. Y para esto cuentan con el aporte invaluable que hace el Poder Ejecutivo: la habilitación de la vicepresidenta Gabriela Michetti de los pasillos del Senado a los pañuelos celestes.

Hoy, 8 de agosto, les decimos a los sectores antiderechos que vean la marea verde en las calles. Escuchen bien lo que les decimos, a ver si nos entienden: abortus legalis, amen. Será ley.