“
Se hace muy difícil gobernar con la presión desesperada de la sociedad demandando consumo”
Hace mes y medio, en una reveladora entrevista, Ernesto Schargrodsky, rector de la Universidad Torcuato Di Tella (institución cuyos egresados son muy influyentes en el nuevo gobierno), explicó lo que para él es el
dilema argentino no superado: el creerse más ricos de lo que somos:
Argentina tiene desde hace mucho tiempo, casi diría hace un siglo, por lo menos desde la crisis de 1930, un dilema no superado: nos creemos que deberíamos ser más ricos de lo que somos. Por la riqueza que tiene el país tanto en sus recursos naturales como en su capital humano. Creo que eso le pone a cualquier Gobierno una tremenda presión, porque hay una demanda de consumo de la sociedad que el que hace política tiene que satisfacer y enfrenta la discrepancia entre lo que la gente pretende que el Gobierno debería distribuir y la capacidad real de la economía y, por tanto, del Estado. Como la capacidad del Estado es menor a ese anhelo, permanentemente nuestro Estado termina gastando más de lo que puede, financiando la diferencia a través de distintos mecanismos que son todos transitorios: endeudamiento, vendiendo activos, emitiendo dinero que genera inflación...
Según Schargrodsky, las expectativas de las mayorías, sus deseos consumistas, generan presiones que los gobiernos se encuentran obligados a administrar.
El argentino promedio desea acceder a bienes por encima de sus posibilidades económicas. ¿Cómo va a hacer el gobierno macrista para administrar estas expectativas? ¿Cómo un gobierno que prometió que íbamos a vivir mejor va a superar este dilema satisfactoriamente? En los últimos ochenta años, siempre según Schargrodsky, este dilema se financió con deuda, venta de activos y/o emisión. Los economistas de Cambiemos consideran inflacionario el aumento de emisión con lo cual nos quedan sólo dos opciones…
Pero, ¿y si Cambiemos, como expresión de una transformación fundacional (idea muy presente en el nuevo relato), busca quebrar esta tendencia?
¿Y si buscan “adecuar” el consumo a la producción argentina para desde allí “desarrollar” el país? Eso si sería construir una nueva hegemonía.
Se puede utilizar el eufemismo que se prefiera, se lo puede llamar sinceramiento, normalización, previsibilidad, pero lo que se realizaría sería un ajuste (de expectativas y de bolsillo) de largo plazo. Y la más clara expresión de ese ajuste sería la perdida del salario real de los trabajadores. ¿Se pueden ganar elecciones así?
En sus primeros diez días, el gobierno de Mauricio Macri cumplió con su agenda económica de corto plazo, y lo hizo precisamente en ese sentido. Devaluó, disminuyó la presión fiscal sobre sectores de altos ingresos (ganancias y retenciones), y anunció aumento de tarifas de servicios públicos.
Tres medidas que implican cuantiosas transferencias de ingresos; de lo público a lo privado, de lo urbano a la rural, de mayorías a minorías.
El paso siguiente, adelantaron sus principales voceros, será firmar una suerte de Acuerdo Económico y Social en enero. Una agenda centrada en
precios y salarios. Es decir, comenzar a administrar el dilema de Schargrodsky.
El gobierno comienza así a transitar un arduo camino en busca de una suerte de formula mágica inédita: pérdida de salario real (en dólares, y en pesos) + aumento de la desigualdad + baja del conflicto social + baja de la inseguridad + crecimiento del consenso político. A simple vista parece difícil que todo esto ocurra al mismo momento y en el mismo lugar. Y sobre todo en la Argentina, un país donde amamos la acción colectiva.
Hasta ahora el único camino que esbozó el ejecutivo fue el “productivista” y el de “responsabilidad sindical”. Primero fue el joven Ministro de Trabajo Jorge Triaca quien afirmó que las paritarias serían por
productividad, y no siguiendo la inflación pasada e imaginada. Luego, el propio Macri, en su discurso en la 21° conferencia de la Unión Industrial Argentina, interpeló a los dirigentes sindicales en el mismo sentido productivista al afirmar que “
Con este nivel de ausentismo y de conflictividad no somos un país viable".
Es un discurso donde la productividad nace del mayor esfuerzo de los trabajadores y no de las inversiones de los empresarios. Difícil imponerle esto a un movimiento obrero engordado por doce años de kirchnerismo. Además no es la primera vez que en la Argentina se discuten estos temas. Ni el Perón más exitoso, el del 60% de los votos, pudo imponer salario por productividad en 1954. Frondizi apenas avanzó, y sólo luego de reprimir fuertemente el conflicto social.
Conjugar un ajuste prologando con un incremento del consenso político siempre es un desafío. Más aún en un ciclo que comienza sin ningún hecho disciplinador fuerte (ni golpe, ni hiper, ni 2001), y con una elección cerca del fifty-fifty (51,4% a 48,6%). Macri, para consolidarse y crecer políticamente, necesita que se le fie: que la sociedad le compre la promesa de “ustedes están mal pero vamos bien”. O que le presten dólares suficientes para financiar básicamente nuestras expectativas de vivir mejor, y dejar la transformación fundacional para más adelante.
Veremos.