Ha pasado más de un año de las elecciones legislativas de 2013 y casi lo mismo falta para el próximo recambio presidencial. La sensación triunfalista de la oposición se va apagando de a poco, ahogada en disputas que, a primera vista, no se condicen con diferencias programáticas sino más bien con una lucha intestina de egos personales. Ligado a ello, el oficialismo, según indican distintas encuestas, ha recuperado terreno, con una imagen de la Presidenta en alza y una situación cambiaria en relativa calma. El balance positivo del oficialismo se completa con la tranquilidad con la que lleva adelante su propia interna: no hay fuego cruzado entre los siete pre-candidatos y todos ellos, además, respetan a rajatabla el liderazgo de Cristina Fernández.
Esta situación contrapuesta entre el kirchnerismo y la oposición quedó en evidencia con el último raid mediático que hizo Carrió para anunciar-denunciar su partida de UNEN. En efecto, hay una rara coincidencia entre distintos analistas políticos acerca de que el portazo de “Lilita” se vincula con la posibilidad de que el oficialismo gane las elecciones presidenciales del año que viene en primera vuelta.
Aunque es prematuro aventurar cómo quedará configurado en adelante el mapa opositor, la ruptura de Carrió con UNEN, según creemos, marca el fin de una etapa iniciada tras las elecciones de octubre de 2013 y que estuvo signada por la certeza del fin de ciclo kirchneristay de que tres espacios políticos (massismo, macrismo y UNEN) se disputarían la herencia en 2015. Esa certeza fue acompañada por otras no menos importantes: la idea de que el gobierno iba a estar a la defensiva y sin iniciativa; que la crisis económica y cambiaria lo tendría al borde del abismo permanente; y que se produciría un salto en “Massa” de dirigentes del FpV hacia otros espacios políticos.
La realidad actual, sin embargo, es muy diferente a lo proyectado por la oposición.El último año y medio es, probablemente, el peor momento económico de todo el ciclo kirchnerista desde 2003 y ello ha repercutido en el deterioro de los indicadores sociales. Pese a ello, el gobierno, lejos de estar a la defensiva, se mantuvo activo con una batería de medidas (entre otras, el Plan Progresar, la Reforma al Código Civil y Comercial, el proyecto de modificación del Código Penal, una nueva moratoria previsional) que hacen prever que 2014 no estará en blanco en los futuros manuales de historia. Cerca de diciembre, asimismo, tampoco se observan grandes riesgos de una corrida cambiaria y el gobierno parece haber ahuyentado, al menos por ahora, los fantasmas de una nueva devaluación. Finalmente, salvo algún caso menor y la aún dubitativa posición de Insaurralde, el FpV se ha mantenido compacto y sin fisuras.
Este panorama, sin dudas, fue determinante para que la oposición (o al menos parte de ella) busque reconfigurar su oferta electoral, sabiendo, además, que la “fórmula del éxito”de 2013 probablemente no obtendría los mismos resultados en 2015. Es decir, la fragmentación pudo haber sido útil en una elección legislativa en la que la batalla era distrito por distrito (por ejemplo: Massa en Buenos Aires, Macri y UNENenCiudad de Buenos Aires y Santa Fe, etc.). Para una elección presidencial las cosas cambian y esa misma división resulta funcional al kirchnerismo.
Es dable suponer entonces que hay un intento para que de cara a octubre, se presenten dos grandes candidatos opositores y no tres: Massa y Macri. Algunos incluso especulan con que quede uno solo (¿podría ser Macri?).
Pero más allá de que en el ring queden tres-dos-uno, hay un problema de fondo que quedó pendiente tras la elección de 2013y que la oposición no ha podido resolver. Se trata de la ausencia de un programa. No es fácil encontrar las razones para que así suceda. Sin pretender ser mono-causales, creemos que un elemento que incide decisivamente en ello es la base electoral que sustenta a los principales referentes opositores. Así como el kirchnerismo tiene su votante fiel (se calcula que ronda el 30%), otro tanto ocurre con el anti-kirchnerismo duro. Para ser Presidente, entonces, habrá que conquistar el tercio restante, “flotante”, que no es ni tan anti-k ni tan k. De alguna manera, puede hablarse de que hay una porción significativa de votantes que quiere, aunque de manera imprecisa o ambigua, cambios con continuidad del modelo. Hay lugar, entonces, para el Capriles argentino.
Para la oposición, sin embargo,captar ese público de “votantes flotantes” es difícil por varias razones. Una de ellas es que con Scioli, el oficialismo tiene un candidato que ocupa casi naturalmente ese espacio.La segunda razón, y fundamental, es que la estrategia de “caprilizarse”, es decir, el cambio con continuidad, entraña el riesgo de perder al votante duro anti-k. A ello se le agrega la presión que ejercen las corporaciones mediáticas para radicalizar las posturas contra el gobierno. Creemos que este conjunto de factores explica en alguna medidala razón por la cual los dirigentes opositores pueden pasar de proponer un día derogar todo a prometer luego mantener lo esencial de la década kirchnerista. Es decir, los lleva a no tener o no querer mostrar su programa.
En definitiva, en los últimos días, la oposición se ha visto en el espejo y encontró su rostro deformado en muchas cabezas,que se chocan entre sí.Veremos hasta qué punto resulta exitosa la propuesta de reformulación, que consiste en eliminar o al menos debilitar hasta la insignificancia a uno de sus integrantes (UNEN). Creemos, sin embargo, que ello no resolverá su problema de fondo, que es, básicamente, la indefinición de su identidad, o en términos menos psicológicos y más políticos, la ausencia de un programa.